lunes, 6 de enero de 2014

Manzanas secas. La muerte (de Golfo) en los mercados.


Suspendida entre entre dos iglesias gemelas, la atmósfera del mercado está llena de un silencio fresco y crujiente, un sonido de tripas que se desperezan, de carros, de cajas de madera y plástico, de cadenas  que caen lacias y pesadas cortinas que se descorren…   todo con ese tono encantador que tiene los sonidos del mundo cuando son absorbidos por la humedad de la mañana. También las voces de Giuliano y de las chicas, mientras se organizan, suenan limpias como cucharillas de café.  Discuten en alemán e italiano, alguna palabra en inglés o español. Yo llego siempre a en punto, con el sonido de las campanadas… Dan dun dan din dan  Sehr guten Morgen, dan dun dan din dun dan…  Me dun dan contestan dun din dan en babel dun dan. Acabo de descargar el camión con Giuliano.  Luego voy a cortar el pan, que ha llegado por correo mientras descargábamos el camión. Nada más entrar en la tienda, me pongo mi chaqueta roja, mi gorro rojo de enano de bosque y unos guantes de látex.  El pan es un pan duro, tosco, orgánico. Tras de mí, las chicas, también vestidas de rojo, con gorro de enano de bosque bajo el que cuelgan sus flequillos y trenzas rubias, charlotean y ríen mientras envuelven bizcochos - casi todas tienen los ojos azules, de lo demás se encarga el frío -. Yo corto el pan mientras las escucho charlotear en alemán e italiano, a veces algunas palabras en español  - un español duro, tosco, orgánico...  con un acento dulce, mezcla de alemán natal y del país latino donde aprendieron-. En un momento dado, una de ellas tararea una canción en alemán. Poco a poco, las otras se le unen. Las que no saben la canción esperan un compás más para unirse tarareando, alegres y un poco torpes, como quien se sube a un tiovivo. Así, temprano en la mañana, entre dos iglesias gemelas y un montón de camionetas abiertas, - con esa espontaneidad mecánica con la que probablemente se rompía a cantar en los campos de algodón o en los Soljos de la unión soviética  las chicas envuelven bizcochos y cantan, mientras yo corto el pan y me siento como en la fantasía de una película de los hermanos Cohen, en las que un montón de chicas cantan dulcemente, reunidas en un solo concepto: chicas que cantan jugando a los bolos, chicas que cantan lavando la ropa en un arroyo.

Cortar el pan de fruta es un trabajo mecánico. Si, es verdad que requiere concentración. Hay que pensar en la geometría: que los pedacitos no sean tan pequeños que no transmitan nada a los clientes, ni tan grandes que no se queden con ganas de más. Pero una vez que coges ritmo es un trabajo mecánico, y del mismo modo en que al jugar al Tetris o al hacer ganchillo puedes pensar en tus cosas, yo pienso en las mías. Pienso en gente, en mucha gente. Pienso en ti. En largas mañanas contigo.  Pienso también en mis problemas, que el ritmo del trabajo deja suspendidos como el polvo en el aire. Pienso en cosas buenas, cosas malas, y cosas que ni lo uno ni lo otro, como que hay que pagar el alquiler y que Golfo ha cumplido 10 años hace unos días. En que quedan 23 minutos para abrir, y que estoy decidido a pasar 13 horas aquí trabajando, sin pausa y a mucha honra, cortando pan, vendiendo fruta-de-cultivo-ecológico y dulces-de-navidad-de-cultivo-ecológico-y-recetas-veganas, versiones brutalmente sanas de la excelente Konditorei alemana, cargando cajas y volviéndolas a descargar.   No, no somos esclavos. Miro a las chicas, alguna me devuelve la mirada sonriendo sin dejar de cantar. Cada hora está pagada. De hecho gano más 13 horas seguidas trabajando en este mercado que en 13 horas seguidas trabajando como arquitecto, profesional cualificado, con responsabilidad civil, para algún gran estudio de arquitectura.

-Pues hazte mercader- me decía mi padre con voz burlona por skype.

-Quizá si hay que hacer un cambio no es hacerse mercader, sino dejar de aceptar contratos de mierda por ese supuesto prestigio de ser arquitecto. A los arquitectos nadie les paga las horas extras, son un derecho del contratante…  Y la culpa es nuestra:  lo hemos aceptado, según esa estúpida concepción de que la calidad y el prestigio profesional  es pasar noches enteras sin dormir - literalmente con lo malo que es eso para la salud y lo caro que lo cobran otros profesionales -, a cambio de unas palmadas en la espalda de las que no come nadie, a cambio de un “colegas, lo habéis hecho genial”.

Mi padre me dice que la cosa está mal, que son así, que blababablabla...

-Oh, si, económicamente está de puta pena. O no, no están mal si se piensa que no todas las monedas son dinero, que disponemos de otras. ¿Qué no tienen dinero? Pues que paguen con horas libres. El tiempo es impagable. El tiempo no se puede devolver: está siempre devaluado.

Queda poco. 5 minutos. Reparto el pan por los puestos, Scheiben?, Würfeln?...   ¿quien necesita 2356 dados de pan?...  Me miran atónitos y rien. Porque sí, porque tiene gracia que alguien se preocupe de hacer unas pocas multiplicaciones para contar los dados que contiene un kilo de pan.  Unas pocas benditas multiplicaciones que hacen reír a mi equipo.

Una vez repartido el pan en la sección de pestos y aceites especiados, agarro un saco de manzana seca y ocupo mi puesto. Se hace un breve silencio. Un silencio tenso, de esos en los que se oye ladrar a los perros. Alguien se asoma por encima de los pasteles a otear: los clientes de empiezan a agrupar en la puerta del mercado. 5 minutos.

Cada mañana, preparamos el puesto de mercado, como quien se prepara para el asalto del enemigo al que finalmente esperanos, cada uno en su puesto, parapetado tras hiladas de mazapanes, tortas de naranja, panes de fruta y chips de manzana seca de cultivo ecológico. Y yo, fuera del puesto, a cuerpo descubierto, con un saco de manzanas secas.

Ofrezco a unas viejecitas que caminan cogidas del brazo. Hacen como que no se quieren acercar, como que desconfían. Disimulando su brillo en los ojos, aceptan las manzanas. Siempre el mismo gesto, se quitan el guante de un tirón y tienen la mano como en quien espera la eucaristía. Se meten el trocito de manzana en la boca de una vez, empujando con la palma. Su piel se arruga y se estira bajo los ojos dulces, maliciosos y algo grises, llenos de pronto de placer. Sonríen, disfrutan de la manzana con toda la plenitud de una mañana cualquiera.

Mientras yo explico las propiedades de la manzana y las técnicas de secado con una voz poética y algo grave - esa voz que se nos pone a todos cuando hay un juego de seducción, y que yo rescato de mi armario de voces para vender manzanas en el mercado -,  otras señoras se acercan. "Was is das schönes?", (expresión que podría traducirse como ¿Qué tienes ahí tan bonito?, y que por tonta que parezca, dicha en alemán tiene el poder me hacerme sentir en una película de la Belle Époque)...  Yo disfruto de la frase como ellas de las manzanas, y empiezo de nuevo el discurso, modificándolo un poco para no aburrirlas, ni aburrirme yo, pensando en el montón de cosas privadas que piensa uno sin querer cuando hace un trabajo mecánico que conoce bien. Hay pagar el alquiler, una fugaz imagen de ti bailando desnuda en el sofá y de mi lanzándome a torda prisa a cerrar las cortinas, 10 años de blog, ¿conozco algún bloggero más viejo que yo?, ¿soy un bloggero realmente?... joder… Y así es como, mientras vendo manzanas-secas-de-cultivo-ecológico, rodeado de viejecitas que pasean cada mañana amando todo lo que es delicioso y gratuito, en medio de todo esto, me pregunto si Golfo debe morir.


Foto: panteón de la familia Rodriguez-Acosta (antaño familia de artistas y mecenas), cementerio de San José, Granada, tuneado por el autor con una nueva inscripción y una corona de manzanas. Imagen de fondo del fotógrafo Mike Thomas. 

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