lunes, 15 de octubre de 2012

Bajo los adoquines está el Nautilus varado en una playa



       La primera vez que bajamos en aquel ascensor, cuando piso a piso dejaron de aparecer la puertas y en su lugar una pared de cemento continuaba subiendo y subiendo hasta que el ascensor se paró, miré a mi padre, balbuceé algo...   que la pared se tragó sin eco alguno. Mi padre me sonrió, burlón, y me dijo que me mirara detrás de mí. La oficina de mi padre tenía un ascensor de servicio con dos puertas, una a cada lado. En las plantas altas usaba una, en las bajas usaba otra que estaba justo detrás. A él le pareció divertido, yo había temido por un momento acabar en una playa donde siempre era de noche, tener que convivir con un gorila blanco en un submarino allí varado y no solo vérmelas a otro montón de personajes extraviados sino también con otra chica que jamás me miraría por ser demasiado pequeño.

       No sabía si la había visto de verdad o era una amalgama de recuerdos de infancia que había tomado forma propia en mi mente. Cuando la vi, o creo que la vi, era muy pequeño. Inconexa, dotada de un algo legendario y anónimo a vez de la honesta creatividad, me impresionó.  Luego, la he buscado varias veces. He preguntado  en videoclubs, he consultado a más de un cinéfilo, aficionados a la ciencia ficción y la fantasía. Se la he contado a mi madre, que me la alquiló de pequeño y que me ha mirado siempre, desconcertada. Se la he contado a amigos, a doctores expertos en un montón cosas bellas que a nadie importan, a maestros de viejos cineforums…  por probar, a cada amigo con quien he encontrado el momento, como una confesión. Anoche mismo te la contaba a ti, mientras echados en la cama, mirábamos al techo y escuchábamos el viento agitando los árboles en la oscuridad y el tráfico emergente de un día que se aproxima.  Tu me habías preguntado por qué tenía el blog tan abandonado y yo, pensando en decenas de textos que tengo que terminar, recordé la de veces que he pensado en redactar el argumento de aquella película, o a falta de argumento, pues es bastante surrealista, contarla simplemente entera en un post y esperar a que alguien diese con ella y me dijera su nombre.  Un se busca. Eso es lo que me habías dicho que hiciera justo antes de empezar el juego bajo las mantas…  y olvidarla de nuevo tras un breve y callado ya volveré a preguntar, ya seguiré buscando, o a las malas, a las malas de verdad, ya la filmaría yo mismo, fotograma a fotograma, tal y como la llevo incrustada, sin nombre ni propietario, como un submarino varado en las orillas de mi niñez.

      Hoy he encendido el Google y he leido Little Nemo in Google Land, por el aniversario de Winsor McCay… autor de un cómic llamado Nemo in Slumberland. El doodle está muy trabajado a pesar de que el comic dejó de publicarse en 1926. Hubo de varios intentos de revivir en los años 40 y 50, sin éxito, hasta que Arnau Sélignac y el productor John Boorman, hicieron una película fantástica inspirada en él, llamada Nemo o Dream One… y en verdad nunca supe que hubiese tenido más éxito que el de que mi madre la trajera una vez a casa alquilada durante 24 horas por doscientas pesetas.  

      Y así, este mediodía, el sencillo dibujo de un niño empujado fuera de su cama hacia un mundo de fantasía inexplicable y sin salida (que nada tiene que ver con la película dado que en ella el niño baja solo en ascensor), finalmente he podido reconocer con mis propios ojos los fotogramas que con el velcro de la infancia se adhirieron a mi imaginación…  junto a un ligero e inconfesable miedo a bajar en ascensor.


Linkwithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...