miércoles, 3 de diciembre de 2008

Hasta la vista señor Utzon.

Y gracias por todo, maestro. Solo lamento poder ya ver llegar el día en que me echaras de tu casa trabuco en mano para llenarme el culo de perdigones (así es como yo lo imagino cómico y legendario, no te ofendas). Habría sido como el día en que tomamos a hurtadillas la pequeña casa experimental de Muratsalo y atravesando agazapados los bosques descubrimos el Nemo Propheta In Patria oculto en su dique; o los días que pasamos vagando por el monasterio la Tourette armado con una llave maestra y acabamos fumando trocolines en el confesionario porque en el resto del edificio hacía un frío espantoso… Mientras, se hacía de noche y la capilla se iba quedando a oscuras, las troneras de colores iban muriendo y la iglesia volvía a ser una iglesia más, indistinta en la noche del mundo. Son esas cosas las que hacen de un edificio algo más que una obra singular: una anécdota, un trozo de vida. Quizá lo que valga la pena sea esa distorsión al acercarse a ellos, sea por un obstáculo o por una ventaja inesperada, pero que le obliga a uno a tomar un posición propia, a actuar.
Mi ilusión era que me largaras de esa casa cuya ubicación permanece en secreto “por petición del autor”. Ni siquiera me habrías echado tu mismo, lo se, pero a mi me gusta imaginarte, compañero, bien cabreado y con esos huevazos de quien puede llegar apartarse de su obra más grande y proteger recelossamente el más pequeño tesoro.
Ah, y gracias por el dibujo. Lo voy a poner en mi tabla de surf, el día en que pueda costearme una nueva y pueda ponerle un dibujo.
Un abrazo al más allá.

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