viernes, 15 de junio de 2007

De pequeñillo piensa uno que la vida tiende a compactarse: tu trabajo, (qué serás de mayor)... el futuro de los otros que es como un aurilla invisible (yo bombero yo piloto yo cazador), tu casa, tu ciudad, una ciudad, una calle que ya es tu calle por fin, y no de los que te han criado, tus amigos, que por fin les ha aclarado el aura como un chaparrón y ahora son dentistas o diseñadores.... tu amor, que te acompaña a todas partes, que cuidas como un tesoro, salvas de mil peligros y compartes con el mundo como un superpoder que te hayan concedido... todo como ese amasijo duro y resistente de lo que un niño cree que es ser hombre.
Luego resulta que lejos de compactarse todo se dispersa. La gente viene y va desde siempre, eso se aprende pronto: que el mundo gira. Pero cuanto más grande te haces la fuerza centrífuga es mucho mayor y casi sin darte cuenta todo sale disparado: Todo se va por ahí y acabas echando de menos un porcentaje de amigos que puede resumirse como "casi todo el mundo". Y todos andamos por ahí, hechos y derechos, completos, complejos por fin... y dispersos, haciendo malabares con las relaciones como arañas espatarradas en la tela.

Esto era un comentario a otro blog, pero lo he traído hasta aquí porque es una cuestión que desde entonces no me he podido quitar de la cabeza.

viernes, 8 de junio de 2007

El mono de golfo

Yo trabajo como un mono que se quita las pulgas: sobre cosas pequeñas, con atención y cuidado, con mimo y tesón, casi sin importarme el tiempo que me lleve si puedo cumplir con mi aspiración. Así diseño y así escribo, como si me quitara malas pulgas (algunas las dejo, me caen bien, soy puntilloso, pero no pulcro, dios me salve), las malas líneas, los malos hábitos, los tiempos muertos sobre la piel de mi vida.
Terminé y ya parece lejos el tiempo en que todo esto de la Arquitectura era un juego sin más consecuencias que el aprobar o suspender, que el quedarse dentro de la universidad un año más o ser por fin un apto y que lo echen a uno a la calle a estamparse con la realidad de mundo brutal de la construcción. Tanta mediocridad y salvajismo territorial… pero bueno, si todos fuésemos Velazquez o Picasso, el mundo sería una plasta de oleo formas más o menos concisas más o menos geniales que nos aplastaría bastante antes que el horror que hoy impera. Al menos el horror es humano: Una materia que se puede calentar con braseros, cunas, poster cogidos de la calle, o una noche follando, algo de rock and roll y una botella de vino.
En medio de esto vengo a ocupar un lugar que podía haber ocupado cualquier otro y me dicen: Piensa, chaval, haz algo que nosotros ya veremos… pero no hagas lo que todos hacemos que para eso te mandamos a otra parte (aquí hay trabajo para aplastar 6 lanchas de green peace). Yo lo flipo y me siento, no saben a quién han sentado, al mono de golfo, ahí es nada, y me pongo a quitar pulgas, a buscar y buscar maneras de mejorar esto o lo otro. A replantearlo todo, temiéndome que me mandarán a la mierda y me dirán deja de quitar pulgas, niñato insolente, y produce. Mis compañeros se ríen por dentro (lo noto). Un cachorro, un cachorro sin decepciones, un imbécil que cree que algo puede cambiar. Alguno me llama artistilla. Pero yo odio a los artistillas. No visto de alguna manera, no me cuido, no hablo con nombres propios ni con palabras que no necesite, no puedo presumir de nada, no dejo de admirar a todo el que me rodea, a confiar en que ellos si saben donde meter las manos para arreglar el motor. Ni siquiera creo en la Arquitetura (esa que venden en el EPS y en la mayoría de las Escuelas), simplemente confío en que el espacio humano tiene una posibilidad de ser humano un poco antes de ser habitado, de esperar con los brazos abiertos, de guardar algo de luz y de orden, de aire y simpatía, de pequeños mensajes y acontecimientos más allá del simple “insert living”, “insert bathroom” del diseño automático inmobiliario.
No pedía mucho y resulta que me lo han dado, o eso parece… De vez en cuando miro el blog, pero de refilón. En verdad no levanto las manos de la piel de este elefante y sigo arrancando los bichillos que encuentro y comiéndomelos distraídamente. Unos crujen y saben dulce, otros los tengo que escupir. El tiempo pasa y solo me doy cuenta por el calendario. Pero ¿para qué quieres el calendario cuando andas suelto por la jungla?

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