martes, 26 de septiembre de 2006



        Hace calor, de ese modo húmedo en que el calor se agarra a los días de septiembre. La luz es clara y limpia. Apenas acabo de apagar el pitillo que me encendí al sentarme… Aún indeciso, leo los primeros párrafos del siguiente capítulo, pero es más fuerte que yo: Lo siento Paul, le digo al tipo de ojos saltones que hay en la lengüeta de la portada, sé que solo he leído cinco páginas… -cerrando ya el libro-… pero yo soy un genio.
        Sentado en la hamaca, antes de levantarme, quedo un instante así, mirando al suelo. sigo las líneas de cemento que unen las baldosas de barro hasta que se me pierden bajo una maceta, hasta que, arrepentido, sabiendo que solo lo he dicho para darme ánimos, me corrijo… No, no soy un genio, pero si que soy un tipo que nunca ha dejado de salir airoso de sus proyectos. Y este que tengo entre manos no puede ser menos. Busco mi camiseta arrugada y me pongo de camino al estudio con una sensación del espacio que solo alcanzo a tener con la lectura.
        Leer a Paul Auster me da unas ganas tremendas de contaros mi vida.

martes, 19 de septiembre de 2006

Breve comentario de una pequeña maldición portatil

La ilógica no es absurdo, por mucho que insistan. Lo que pasa es que tienen miedo a mirar. A mirar y ver.
Los espejos son la policía de todo esto, reflejan la forma y el color, vaciando el mundo de lo demás, del tacto, de los sabores y los olores, de la duda, de la ilusión, de la mentira, del amor y del odio, del miedo, de la impaciencia, del silencio de todas las electricidades que ordenan que se ponga la piel de gallina, de los impulsos envían las lágrimas a los ojos o la sangre a la polla para levantar una erección imponente... Es cierto que podrán llevarse la imagen, pero es solo la superficie, apenas el pequeño territorio de la luz visible, un mundo en el que los 5 sentidos quedan reducidos a la mirana...
Sin embrago, hay un modo de unir estos dos mundos, un modo de ver lo demás, o más terrrible aún, de sospecharlo: basta con acercarte mucho y mirarte a los ojos un rato. Probablemente no lo consigas mucho tiempo: al poco, de miedo, del vértigo a nuestra propia proximidad, todos acabamos apartando la cara.
"No ha sido nada", te dices, alguien entra al baño de la facultad y tu disimulas. Haces como que te estabas mirando un grano o una vieja cicatriz, pero al salir te das la vuelta y ahí estás, mirándote desde la puerta con el subidón aún fresco de este primer pulso.
A veces, cuando me intento mantener la mirada unos minutos, me da por pensar en Dorian Grey. Luego me imagino que veo algo de verdad, que me vuelvo loco y tienen que encerrarme para siempre.

sábado, 9 de septiembre de 2006

Nana

        Ayer estuve trabajando 24 horas seguidas. me levanté a las 8 con la seguridad de que no descansaría hasta enviar los resultados... y a las 8 de esta mañana encendí un cigarro para celebrar 70 horas de trabajo tallando y vistiendo la geometría de un edificio en ruinas para hacerlo aparecer como nuevo. Cuando miro estas recreaciones virtuales me parece ver a través de ella como una seda rígida y fría. En todo el día, solo comí chocolatinas y un bocadillo, pero cociné. Cociné para Quintín. El bicho está casi sin dientes, no puede masticar su pienso, así que cocinamos algo para él. En general lo mismo que para nosotros. Hoy Quintín y yo hemos comido espaguettis a la boloñesa. Luego me he sentado en el primer escalón... ”ven aquí, barbaroja" y me he reído de sus gruñidos y sus dientes amenazantes y sus intentos de esquivar la servilleta con la que lo limpiaba. Con los gruñidos de los perros me pasa igual que con los niños pequeños: pienso que es su voz, es lo más cercano, por el momento, que tengo a la voz que usarían el día que empezaran a hablar. Es como ver vacía la bolsa que un día contendrá sus intenciones. Quintín lleva 15 años sin mediar palabra. Pero su voz es cálida, se parece más a la de un niño de 13 años que a la del cachorro que llegó. Es todo lo que sé, y siento que lo quiero mucho cuando escucho esa voz, su modo de decirme que deje de tocarle los huevos con la puta servilleta. Anoche mientras me comía el bocata le hice unos fideos para mezclarlos con trocitos de jamón. Comida de estudiante Quintín, si la pasta está pasada no te quejes, es para que esté blanda y puedas masticar. Cocinar para él lo hace más humano, después de todo, no es echarle de comer... es más bien como cuando viene alguien a cenar, procuras que esté bueno, miras el reloj mientras el agua hierve, te preguntas si es la dureza adecuada, el momento preciso, mezclas para repartir las proporciones, con cuchara, con las manos si hace falta, qué más da, no te ven.
        Luego volví sobre las maquetas, mi compromiso de arqueología en 3d. Los días de trabajo hasta el amanecer me dejan tan exhausto que ni siquiera puedo dormir. Es más, ni siquiera tengo fuerzas para percibir mi cansancio y una extraña ligereza me invade de los pies a la lengua, puedo subir 10 pisos sin darme cuentas y apenas consigo callarme. Así paso el día, como un zombi nervioso, torpe y veloz, tropezando con todo, confundiendo palabras y botones, piso equivocado, Off, 450watts, colgar.. En verdad esos días son tan fastidiosos como un jet-lag sin haber viajado... me los paso esperando que llegue la noche para acostarme y subir al tren del horario habitual. Quizá es eso lo que me excita, la espera. Hoy sin embargo hemos decidido ir a ver La Joven del Agua. Cuando conducíamos de vuelta comentando la película todo felices ya sentía dentro de mi el sueño esperándome sin armas, el zombi se había perdido en algún lugar de la cámara oscura, los botones, los vasos volcados sin querer, el cigarro en una mañana en la que no te responden los párpados, "cerraos hostia”, la maqueta tan lejos como la servilleta cuando Quintín se pone panza arriba para que lo acaricie jadeando entre sus bigotes limpios.
        A veces todo lo que necesitas es una fábula.

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