viernes, 21 de julio de 2006

I Jornadas de convivencia, encuentro cultural y reflexiones sobre los Baños del Carmen


No sabíamos cómo iba a salir esto , lo que si intuíamos es que al final no iba a dejar de sorprendernos. Y vaya si lo está haciendo. Siempre he tenido ciertos prejuicios con la palabra convivencias, debido a una pequeña fobia que tengo desde pequeño a las colectividades y sobre todo a los colegios de monjas. Pero creo que, después de esta experiencia, la palabra convivencias (si, en plural, como las caras de un poliedro, como las relaciones que se establecen entre muchas personas distintas en torno a un mismo tiempo y a un mismo lugar) debería mirarla con más humildad, incluso agradecimiento, y, por supuesto, ilusión. Dos últimos términos que para mi están ligados de alguna manera… pero eso es tiene que ver más con una actitud personal.
Si te dejas llevar, acabas en alguna parte. Irremediablemente: La deriva es una cosa solitaria. Te embarcas, como dicen, y de pronto te ves tripulando, formando equipo, visitando terrenos que apenas conocías por una referencia en una cartografía invisible, sintiendo en propias carnes cosas que contaban los demás, como eso que dicen que cuando te intentas poner del lado de los que enseñan, en verdad, acabas siendo tu el que más aprende. Vaya si se aprende: Se aprende un huevo.
No se si habéis leído Autopista del Sur, de Julio Cortázar. Es un relato que está en "La isla del medio día y otros relatos". Quien no lo haya leído ya tiene en qué entretenerse si le sobran un par de lánguidas horas de verano. Quien lo haya leído creo que puede comprenderme mejor si digo que lo difícil va a ser levantar este tinglado que ha pasado 5 días cuajando entre el mundo y el mar, al pairo de las ruinas y el abrigo de los eucaliptos.

jueves, 13 de julio de 2006

Hasta siempre Granada. Hasta siempre mi amor.

        El sol amaina. Salgo a la terraza con el litro que sobró anoche y que abrí esta mañana. Qué cojones, esperar ni esperar.
Las sillas metálicas me dejan el culo cuadrado, las de plástico están amontonadas, encajadas unas sobre otras. Me siento sin molestarme en sacarlas, un poco más alto de lo normal. Mi costumbre de arquitecto de dibujar en mesa de dibujo, aunque sea ratón en mano (me cuesta horrores desligarme de dibujar sobre un gran tablero blanco) se adapta perfectamente a esta situación. Pongo los pies en la barandilla.
        La cerveza está fría, de gas un poco más débil.
        No hay estrés, pocas obligaciones.
        Carlos se ha ido, Malesciana folk también.
        Colina abajo, al otro lado de la calle de tres metros de ancho, otro vecino toma el sol en una pequeña terraza que se ha montado entre dos depósitos.
        La puerta de Nico está abierta, como de costumbre.
        Unas abejas se han hecho una colmena en la esquina de la terraza, por eso no desayuné aquí esta mañana. En médio de un cálido, minúsculo e intenso tráfico aéreo. Bajé al café Lisboa, desayuné leyendo, y después de desayunar seguí leyendo un rato más frente a mi taza vacía. La cogía con la mano cuando pasaba la camarera para que no la retirase. Una taza en la mano, mi derecho a permanecer ahí leyendo, en mi pequeño despacho sin paredes, en plena calle. Amo este bullicio. Solo hay un lugar en el que lea mejor y son los autobuses de linea. De pie, por supuesto.
        Un pájaro canta, el sol tardará en ponerse, tardes prolongadas de verano. Costeño, debajo de una silla, reposa bajo su piel como si la llevara tendida sobre los huesos. Leucemia. La vejez no llega en un año y se lo lleva a uno tan de golpe. El bicho lo que tiene es leucemia. Nico tendrá que sacrificarlo. Le jode más a él que a mi, le creo. Y cuando me lo dijo decidí regalarle la foto que le hice al gato el año en que llegué, 4 años ha, y no pocas aventuras. El número es lo de menos, lo que importa es lo que ha pasado desde entonces.
        Tengo más canas, cara de hombre y más percha del niñato enclencle que llegó. Pero me gusta pensar que es solo la superficie del mar que llevo dentro y que tantas cosas se ha tragado.
        4 años de nada, cuatro años de todo. Las abejas se han hecho una colmena en la esquina de la terraza y Costeño se va a morir. Yo dejaré la ciudad dentro de pocos días. Por eso salgo a la terraza con mi litrona, dispuesto a no exigirme nada hasta que todo pase. Es mi modo de conquistar el tiempo: esquivarlo, colocarme a si lado y decir: Qu’est qu’il se passe dans l’espace?.

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