lunes, 1 de mayo de 2006

The smell of sunshine,
I remember sometimes
-Nine Inch Nails


         Lorena ha venido a casa a desayunar. Nos hemos repartido el trabajo: ella putea los tomates y yo exprimo las naranjas. El primero que termine tostará el pan. Mientras tanto me atrevo por fin a confesarle que no he podido poner los carteles de las jornadas de Adobe. Adobe es la ONG en la que está Lorena, Arquitectura y compromiso social. Preguntadle a San Google, es una buena ONG. Yo le había prometido colgar los carteles en la escuela de arquitectura. Cuando me pregunta por qué no lo hice, le digo que desde que le dejé la casa a unos amigos para que pasaran unos días no he vuelto a encontrar los carteles… vivo entre tubos de papel, y por más que he buscado no he vuelto a verlos. Ella me pregunta por qué no la llamé para decírselo, podía haberme dado más carteles. Entonces yo, bastante avergonzado, le digo que simplemente no se me ocurrió. Me cuesta creer mis propias palabras… Pensé que ya aparecerían y ni siquiera me di cuenta de que había dejado de buscarlos. Me deshago explicaciones, en frases absurdas que empiezo y no termino una y otra vez… Ella corta ya el pan para tostarlo. Yo con media naranja en la mano intento abrazarla diciéndole que lo siento, y al hacerlo me parece falso: Cada célula de mi cuerpo sabe que no me lo merezco. La suelto en seguida y seguimos discutiendo… Mientras su voz se pierde en la luz al salir a la terraza con las bandejas, a mi dentro las naranjas me parecen más endebles en la mano. Se deshacen tristemente al estrujarlas contra el exprimidor. Tienen tiempo estas naranjas.
         A veces uno se aisla en su vida cotidiana y todo lo que no le toca parece lejano como niños que jugaran en un parque al otro lado de la ventana. Yo no soy así. Hace tiempo que suelo decir que “no” más a menudo, como aconsejan los manuales del bien psicológico y la templanza, y no me preocupo tanto por la gente como por controlar mi vida, cosa que no consigo porque soy una de esas personas que en verdad no están hechas para controlar del todo su vida cotidiana. Con todo, no gano nada y encima pierdo la atención que solía tener por los que me rodean. Me siento desperdiciado: yo no soy así.
         Quizá cuando no decía que no tan a menudo, cuando no dejaba a los demás para después, faltaba al deber frecuentemente, pero a cambio no me perdía ciertas tardes, ciertos rincones, ciertas citas, ciertas veladas, ciertas sonrisas, ciertos capítulos, ciertos viajes de esos que solo se improvisan entre varios, y sobre todo no llegaba al punto de decirle a un amigo que no he podido hacer algo que le importa y que me había comprometido a hacer, sin más excusa que la de que estaba muy liado.
         Seré gilipollas Todos estamos muy liados.
         Dice mi hermana que si no tienes cinco minutos para llamar no tienes cinco minutos para vivir. A pesar de eso ni mi hermana ni yo solemos llamarnos. Es igual: porque ambos lo sabemos. Yo por lo pronto tengo su foto en la pantalla del móvil y la veo muchas veces al día. Mi hermana es el ser que mas quiero en este mundo. Y no olvido fácilmente las cosas buenas que me dice.
         He estado muy aislado del mundo este tiempo, escudándome detrás del montón de cosas que tengo que hacer cuando en verdad siempre he tenido cosas que hacer… Y creo que el límite ha sido no hacerme cargo de los carteles de Lorena, de Adobe, haciendo que unos cursos cojonudos sobre hábitat eco-participativa pasen desapercibidos a uno de los sectores a los que más podía interesar: los arquitectos. Yo no podía ir, porque tenía otro curso, y un proyecto de fin de carrera, la visita de un colega, una cita, un taller de literatura, la siesta porque estaba cansado… una vida que no me dejaba ir a enterarme por fin de todas esas cosas que uno siempre se queja de que no le cuentan. Pero al menos podía haber puesto los carteles. No es cuestión de faltar a una responsabilidad sino de faltarle a un amigo.
         Yo estuve también en Adobe una vez y lo dejé porque yo no sabía trabajar en el ámbito en que actuaban. Yo se usar mis manos, pero soy torpe con las relaciones, con los contactos, con los presupuestos, con los entresijos burocráticos con los que hay que aprender a bregar para dinamitar esta mierda de mundo, como quien llega hasta en el fondo de un edificio para demolerlo. Por eso lo dejé. Asumí mi torpeza y me fui. Mientras tanto Adobe sigue ahí, mejorando cada día, organizando buenos berenjenales. Son unos luchadores. Admiro a Lorena por esto, pero no la imito. La admiro por muchas más cosas que si aprendí a imitar como esa generosidad suya por la gente, esa paz de espíritu que le procura tantos amigos y tantos caminos recorridos como una gran tela que la envolviese. Aunque veces no lo he logrado si que he sacado cosas buenas de mi mismo. Una de ellas es saltar sin pensarlo a los trenes pequeños.
         He estado muy aislado en mi mundo últimamente, corriendo de casa a la escuela a la academia a la biblioteca al taller a casa a algunos bares de vez en cuando, enfrascado en los enlazar lo más rápido posible estos puntos cada vez, concentrado en mantener cosida mi vida con la agonía se un sastre miserable. Y al final me he visto cabreando a Lorena en mi propia cocina. Es doloroso ver a un invitado dolido en tu propia casa. Sobre todo si es un invitado al que quieres.
         Al final Lorena me explica que ni siquiera está enfadada, mientras lo sucedido me sirva para no volver a hacer una chorrada así. Nos hemos puesto a desayunar como reyes, que es como siempre desayunamos cuando desayunamos juntos, y entonces yo he sentido cómo mi hocico asomaba de repente a la superficie a través de la mierda con que la rutina nos aplasta si uno se descuida. Lo que le salva a uno de la vorágine de lo cotidiano no es ninguna gran aventura, ni un viaje al caribe, ni una noche de pastillas, sino estar ahí para los amigos por encima de simples deberes que de todas formas cualquier otro hará cuando te mueras.

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