lunes, 5 de septiembre de 2005

La posibilidad de existir

        Yo no creo en nada, excepto en ciertas situaciones, entonces, ahí, si creo, o simplemente no me arriesgo: porque, siendo franco, el mundo no se divide entre lo que uno crea o no. El mundo está por encima… Por eso, en ciertas ocasiones, me digo: Igual no, pero igual si, tio, igual Está Ahí Arriba mirándote, y si ahora me doy la vuelta y me marcho, podría enviarme un rayo y partirme en dos, por cobarde, por desagradecido, por gilipollas... entonces, yo, que no creo en nada pero soy Hombre Temeroso del Señor Espectador ante su Acuarium, me lanzo hacia el centro de mi pequeño gran miedo...
        Más tarde, quizá salgo del agujero silbando una canción, -el mismo agujero que había pensado en rodear haciéndole un feo remendón a la vida-… o con un billete de tren –¿de verdad me lo había pensado?- o simplemente contigo cogida de mi brazo –si, contigo, la misma que minutos antes me hacía temblar sobre mis piernas de deseo y de riesgo, la misma con la que hablaba y reía por fuera como un hombre, mientras lloraba por dentro como un niño que no quiere perder tan pronto-.
        O mira, mi amor, que no lo consigo, entonces, tendido en cualquier rincón apartado, contemplo mis magulladuras recién estrenadas, lo feas, lo patéticas, lo ridículas que me parecen, al lado de las viejas, las oxidadas y misteriosas cicatrices, esas que solo ven los que se fijan, los que han aprendido por su lado a reconocer estas cosas, -y algunos que hasta se atreven a preguntar-… o mis magníficas calabazas brillando a la luz del sol, renovando la vieja huerta desde segundo de EGB…
        Entonces me rio, me rio de mi, de dios y de la vida, pero de mi primero, para así reducirlo, anularlo todo de nuevo: ese es mi pequeño e inútil rayo de venganza.
        Luego dejo de creer.
        Porque yo no creo en nada.
        …Excepto en la posibilidad de existir con los contratiempos cotidianos.


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