miércoles, 2 de marzo de 2005

Living Lisence (parte I)

      Un día mi amigo Sad me confesó que cuando más le gustaba conducir aquel camión era precisamente por la noche, me explicó que había una intimidad impresionante, que le hacía sentir enormemente vivo atravesar la noche sobre la carretera en aquel sillón desde donde lo veía todo, pero pequeño bajo el cielo. Sobre todo las estrellas, Sad hablaba de las estrellas. De la soledad y de todo lo que pensaba entonces. Me dijo la cantidad de problemas de su vida que había resuelto mientras conducía ese camión. Me dijo que pocas cosas había en su vida como conducir camiones durante la noche.
      Le dije que quizá le gustara leer Vol de Nuit, de Saint-Exupery… el del Principito, le dije cuando puso su cara de vale pero se me va a olvidar.
      Fue el mismo día que entro a casa y me despertó, y mientras hacíamos el desayuno le descubrí aquella media sonrisa, muy parecida a la media sonrisa que me sale a mi a veces y que hace que L. me pregunte… ¿y esa cara, golfillo?... (y esta es la única frase que me vino a la cabeza cuando rellené el formulario de blogspot... quizá porque me encanta no poder evitar sonreír así).
      Así que le tiré de la lengua.
      -Sad va a ser papá -Me dijo al segundo intento, sonriendo sin dejar de picar los tomates con el rayador.
      Entonces me acordé de Julie, unas pocas noches antes, cuando la conocimos, recordé que me dije que podría ser la mujer mas guapa que había visto en mi vida.
      Sad se vertió en ella la misma noche y supo que estaba cambiando su vida, me imaginé que la miraría a los ojos como quien mira el premio más grande del mundo mientras deja la flecha escapar entre los dedos. En verdad, yo ya había pensado algunas veces que Sad estaba perdido, que estaba en alguna parte que él mismo no sabía. Julie fue el centro que deshacía de una vez por todas aquel laberinto en el que sus amigos éramos el único equipaje, por encima de aquel saco de ropa, una tostadora, una guitarra y un snowboard que nuca había utilizado.
      Y nos fuimos a celebrarlo con un viaje en camión.
      Tuve que salir envuelto en una manta porque a Sad no le estaba permitido llevar pasajeros. Luego pasé el viaje haciendo fotos desde aquella insólita perspectiva, más cerca de las guirnaldas que del suelo cuando pasábamos por un pueblo en feria. Mientras descargaban del camión las cartas y paquetes para todo el Perigueux en un almacén al que no me dejaron dar un solo paso, nos sentamos en un prado cercano, fumamos un trocolín y nos echamos una siesta entre las flores. Cuento esto porque puede que sea la única siesta que me haya echado en un prado de verdad.

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