miércoles, 30 de marzo de 2005

Las puertas de Asia

Lo más impresionante de Estambul es ese paisaje de minaretes que se recortan al atardecer apuntando al cielo sobre la masa urbana, alrededor de las cúpulas bajo cada una de las cuales se hincha un espacio que podría ser por si mismo el centro del universo. En verdad, lo que más me impresiona de Estambul es haber conseguido escribir una frase... y que sin embrago me parece tan vacía, porque no tengo palabras concretas, al menos no las suficientes como para llegar y postear así como así, sino para quedarme sobre este teclado durante varios días, cosa que no haré a pesar de llevar ocho años esperando para poder decir algo por mi mismo más allá de los libros.
Del otro lado del Bósforo no diré nada, excepto que al cruzar el puente espera un cartel de autovía que dice... Welcome to Asia. Un simple cartel de autovía que podría decir Mileto o Ankara, o T-332 pero que lo que dice es Welcome to Asia, y que me impresiona cómo debajo de esas cuatro letras aguarda un territorio que abarca desde este cartel mismo hasta Japón. De lo que vino después no diré nada tampoco, excepto que vayan a Turquía, y no se hagan más preguntas, del mismo modo que si les queda algún año de carrera les puedo decir que pidan una Erasmus y que no se hagan más preguntas, que si pueden ahorrar un poco y buscarse la vida, no se hagan ya más preguntas, por dios: Viajen a Turquía.
-Y que conste que nadie me paga por decir esto.-


lunes, 14 de marzo de 2005

Del swing a calle Tablas

        Cada cierto tiempo, hay unos días en la vida, no muchos en general, en que todo simplemente se improvisa. Uno días de paréntesis inesperado que parecen arrastrarlo como un viento de terral de esos que levantan olas y arena durante un par de días y luego se van, entonces uno despierta a la rutina cotidiana con la sensación de que hubiese sido un sueño, pero con la certeza de que no. Y el sabor que ambas me dejan en la boca me recuerda al dulce salado de las pastelas morunas que nunca compro, pero que veo al pasar frente al escaparate por el rabillo del ojo. Hasta que a alguien me las saca mientras andamos o nos sentamos en alguna parte en que no me suelo sentar, justo en esos días en los que simplemente todo se improvisa.

viernes, 11 de marzo de 2005

jueves, 3 de marzo de 2005

If only

      Tengo la palma de la mano repleta de If onlies, te los podría poner en las tuyas y podrías sentirlos retorciéndose, pequeños y húmedos. Tengo que cerrar los puños al pasar frente a las carreteras que salen de la ciudad, apretarlos cuando pongo gasolina, o cuando sigo inconscientemente las acequias aguas arriba, cuando veo por la tele tanta nieve y esas olas tan grandes.
      Los siento temblar frente a las librerías y los aljibes. Los oigo reír sobre la mesa de las cafeterías. Y me hacen cosquillas cuando paso los dedos bajo el cuello de los picaportes.
      Pero cuando los siento recorrer de verdad cada línea de mi mano, es cuando intuyo que la carretera que más temo es la que se abre hacia mi interior, y las vistas al campo abierto de tu piel, entonces al pasar corro de un lado a otro como los pasajeros corren de una ventana a otra al sobrevolar una isla desconocida.
      Si te estrechara la mano en estos momentos, te daría un calambrazo que haría sonreír a Groucho Max en el infinito. Pero no te inquietes que los contendré cuando te ayude a cruzar a ciegas el pasillo, la calle o el océano. No obstante, si sientes un cosquilleo, quizá no sea tu imaginación.


miércoles, 2 de marzo de 2005

De pintura

      Hay retratos del deseo que despiertan unas ganas terribles de darse por aludido...

Living Lisence (parte I)

      Un día mi amigo Sad me confesó que cuando más le gustaba conducir aquel camión era precisamente por la noche, me explicó que había una intimidad impresionante, que le hacía sentir enormemente vivo atravesar la noche sobre la carretera en aquel sillón desde donde lo veía todo, pero pequeño bajo el cielo. Sobre todo las estrellas, Sad hablaba de las estrellas. De la soledad y de todo lo que pensaba entonces. Me dijo la cantidad de problemas de su vida que había resuelto mientras conducía ese camión. Me dijo que pocas cosas había en su vida como conducir camiones durante la noche.
      Le dije que quizá le gustara leer Vol de Nuit, de Saint-Exupery… el del Principito, le dije cuando puso su cara de vale pero se me va a olvidar.
      Fue el mismo día que entro a casa y me despertó, y mientras hacíamos el desayuno le descubrí aquella media sonrisa, muy parecida a la media sonrisa que me sale a mi a veces y que hace que L. me pregunte… ¿y esa cara, golfillo?... (y esta es la única frase que me vino a la cabeza cuando rellené el formulario de blogspot... quizá porque me encanta no poder evitar sonreír así).
      Así que le tiré de la lengua.
      -Sad va a ser papá -Me dijo al segundo intento, sonriendo sin dejar de picar los tomates con el rayador.
      Entonces me acordé de Julie, unas pocas noches antes, cuando la conocimos, recordé que me dije que podría ser la mujer mas guapa que había visto en mi vida.
      Sad se vertió en ella la misma noche y supo que estaba cambiando su vida, me imaginé que la miraría a los ojos como quien mira el premio más grande del mundo mientras deja la flecha escapar entre los dedos. En verdad, yo ya había pensado algunas veces que Sad estaba perdido, que estaba en alguna parte que él mismo no sabía. Julie fue el centro que deshacía de una vez por todas aquel laberinto en el que sus amigos éramos el único equipaje, por encima de aquel saco de ropa, una tostadora, una guitarra y un snowboard que nuca había utilizado.
      Y nos fuimos a celebrarlo con un viaje en camión.
      Tuve que salir envuelto en una manta porque a Sad no le estaba permitido llevar pasajeros. Luego pasé el viaje haciendo fotos desde aquella insólita perspectiva, más cerca de las guirnaldas que del suelo cuando pasábamos por un pueblo en feria. Mientras descargaban del camión las cartas y paquetes para todo el Perigueux en un almacén al que no me dejaron dar un solo paso, nos sentamos en un prado cercano, fumamos un trocolín y nos echamos una siesta entre las flores. Cuento esto porque puede que sea la única siesta que me haya echado en un prado de verdad.

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