martes, 23 de noviembre de 2004

Toma
La luna
Con
los dientes.



        Pretender revivir el pasado siguiendo sus huellas me ha parecido a menudo una especie de pecado contra el presente, sobre todo cuando me pongo vitalista. ¿Para qué quiero el vacío de los sueños, de la memoria, si tengo el vertiginoso misterio de lo real, el aquí, el ahora?
        Sin embargo, otra vez me desvío en la ruta de mi deambular. Improviso, me digo, pero se que no improviso tanto. Se a donde voy porque cada vez estoy mas cerca. Esta vez voy caminando, como si para recordar el camino a la casa no fuese bastante haberlo hecho ya en bicicleta. Cada medio de transporte tiene una velocidad, un tiempo llegar: alarga la calle o la acorta, muestra los detalles a una escala cercana o lejana. Siento que estoy haciendo algo malo, algo que en me parece ridículo, pero lo hago, camino, por la acera, me dejo llevar irremisiblemente por mis pies que no han caminado esta acera en dos años recordándome a mi mismo pasar en bicicleta a mi lado, por el asfalto.
        Recupero los detalles, reconstruyo imágenes, desempolvo sensaciones, comparo con mi memoria, contrasto, me zambullo uniendo dos puntos del tiempo.
        Observo detalles conocidos y otros que me dicen que el tiempo ha pasado. La escuela de baile flamenco está cerrada, la panadería es un local vacío, sin embargo la ventana llena de flores sigue llena de flores, avanzo un poco y veo nuevas inmobiliaria, peluquería, la ciudad que le gana terreno al silencio que caracterizaba nuestro barrio… al mismo tiempo que me vienen a la cabeza tantas veces, la vez que volvíamos andando con el pan bajo el brazo, Mica se lo iba comiendo y yo cogía también temiendo que se acabara, así que cuando llegábamos casi se había acabado… o la vez que caminábamos con los palés con los que haríamos grandes cosas, somieres, estantes, la mayoría de los cuales se quedaron en el descansillo de la escalera durante los 9 meses que vivimos allí, para luego sacarlos a la calle el día que nos marchamos…
        Las veces que íbamos disfrazados de conejo, de monje, y de monja (3 euros el disfraz en Auchamp, aunque nos estaba un poco pequeños) camino de una fiesta que apenas resultó ser de disfraces.
        Cuando íbamos un montón de gente en procesión a abrir una buena noche, las veces que corría al cine de Gambetta con una mochila llena de palomitas recién hechas a encontrarme con Sylla que me esperaba con las entradas.
        Cuando volvíamos y a mi me daban ganas de subir la calle colgándome por los edificios como el hombre araña.

        Por fin llego al cruce: otra mas de esas calles de casas bajas, sin comercio, de piedra labrada y esa ligera pretensión señorial que a veces pone mansardas en casitas de dos pisos, ñoña, sucia, mortalmente aburrida… esa calle en la que hay una casa de donde salía una luz cálida, música, jaleo, como el resplandor que sale de un cofre del tesoro.

        Quizá pretender revivir el pasado siguendo sus huellas me ha parecido siempre una especie de pecado contra el presente, sobre todo cuando me pongo vitalista.
        Pero qué importa lo que a mi me parezca o lo que deje de parecerme… la vida tiene sus resacas, sus mareas que suben y bajan y lo llevan a uno lo quiera o no… descubriendo cosas que parecían hundidas, recuerdos varados que salen al sol, algunos, incluso llevan aún nuestras huellas bien frescas.
        Al llegar a la casa, veo que en la acera todavía queda algo que escribió Laure aquel día con pintura azul cobalto …ez …ne …ec …ts.
        El final de cada línea.


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