martes, 17 de febrero de 2004

Cuando te duele un hermano

Estando yo en casa de un amigo, me acerqué a su habitación para despedirme de él. En esto estábamos, cuando su madre se asomó tras la puerta del cuarto para preguntar algo. Se trataba de uno de esos cuartos que tienen la puerta en la esquina pero al revés, o sea, con los quicios en el borde de la puerta que está más lejos de la esquina, de modo que hay que abrir completamente la puerta para poder entrar.
Ya pueden imaginarse a la madre al asomar tras la puerta como si en lugar de una puerta fuese un gran escudo de madera blanca.

Mamá, comenzó a decir él, anda y échate para allá…
¿Para donde?, Dijo ella buscando el sitio detrás de la puerta abierta.
Para allá, decía él comodamente recostado en su cama y haciendo un gesto como de barrer en el aire con los dedos de la mano.
Pero más para allá.
¿Aquí?
No, Más para allá, mamá… más, más… ¿ves? ¡ahí!

Le dijo esto solo cuando su madre estaba justo al otro lado del marco de la
puerta, y la dejó allí esperando una respuesta.

¿No ves que estoy hablando con Golfo?, dijo él para justificarse.

Yo me quedé sorprendido: No estábamos hablando de nada, solo le decía hasta pronto. Tuve deseos de intervenir: hombre, tio, si no hablamos de nada. Pero me callé comprendiéndolo todo.
…Cabrón, cabronazo, miserable.
Acababa de echar a su propia madre del cuarto porque sí, tratándola como a una esclava o un intruso insolente, en su propia casa.
La había hecho recorrer 80 míseros centímetros hacia atrás, marcándole el territorio con un ademán de la mano lacia.
No sé si alguien NO se da cuenta de la magnitud de todo esto:
Las distancias grandes requieren esfuerzo, son grandes de por sí. Las distancias pequeñas no; por eso cuando se vuelven significativas, se vuelven mucho más significativas, pues somos nosotros los que le damos ese significado. ¿o ustedes creen que portugal y españa llevan separadas toda la vida?
Por otro lado, podía habérselo pedido con palabras, y por favor, pero no: la barrió a distancia con un gesto bastante vago y le importó un pito que ella no comprendiese bien: Le bastó con que siguiese confundida el sentido de la mano (Conozco el gesto porque se lo hago a mi perro). Esperó a que ella hubiese obedecido, y solo entonces se lo explicó.
Nunca había visto un acto de desprecio como ese.
Pensé entonces en eso que me dice una amiga, que los maltratadores no son solo físicos, sino también psicológicos. Y esas heridas si que no se ven.
Me dieron ganas de gritarles a los dos: a él por maltratar a la madre que yo he visto dar todo por él (hoy su comida, su trabajo y su techo), y a ella por tolerarlo como si aquella demostración tuviese alguna relación con un supuesto respeto que ella le debiese.
Pero me aguanté, por respeto a una casa que no es mía. Forcé una sonrisa de buenas noches ha sido una tarde estupenda y me fui de allí aguantando en la garganta algo parecido a unas inmensas ganas de llorar.
Si escribo este post, es porque mi amigo me salpicó su miseria en la cara y yo no se cómo lavarmela. Supongo que se secará, se endurecerá, como un barro, y formará parte de la careta de las cosas que nos tuvimos que callar. Tal vez por eso las ganas de llorar empiecen con esa sensación de tener como un extraño peso en la cara.
(Uy, Mira tu que reflexión más bonita acabo de hacer. No, si al final esto de escribir funciona y todo...)

Cabrón. miserable, Cabrón...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Cabroooooon!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.

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